martes, 8 de noviembre de 2011

mi lengua

Cuando comprendo que el idioma
me duele
como si fuesen las muelas
y que es el paisaje
el que me escuece
y no los ojos por el humo
es que estoy llorando
desconsoladamente.
Pero llorar me pone a salvo.
Me rescata del dolor
en el que siempre me pierdo
y le pone nombre.
Aunque no me guste.
Y yo necesito conocer los limites.
Los de la herida humana
y los propios.
Besar mis cicatrices
y exhibirlas.
Por fin aprendí
que el pudor es estéril
y que una cicatriz a tiempo
y bien iluminada
puede resolver a mi favor
más de un combate
y de dos.
La coquetería es un lujo
cuando la joyería se hace carne
y el adorno brota desde dentro.
No pienso negarlo.
Me adornan más heridas
de las que parecen
caberme en el cuerpo.
Pero después de revolcarme en el lodo
y en el terror
de la carne que defeca y sangra
logré rescatar  a base de cultura
y ortopedias propias
lo imprescindible de mi alma
y reconstruir el puzzle.
Quisiera olvidar
las procesiones de turistas
que fabricó el mundo
para venir a verme
y el quirófano carnicería
en el que trocee mi cuerpo
hasta encontrar mi corazón escondido
en el tapón de una botella de lejía.
Pero debo reconocer
que en aquel momento
resultó un alivio descubrir
que la vida también podía ser absurda.
Planee mi resurrección
como si fuese fiesta.
Telefoneé a los amigos
para darles la buena nueva
y que me buscaran un nombre
que se me ajustara al talle
como una mano que acaricia.
Y cuando me senté a esperar
que llegaran mis locos con el vino
una voz antigua cantó desde mi garganta
con la misma voz
y en la misma lengua
en la que me hablaba mi madre
cuando niña.
Y abrí
de par en par las puertas y las ventanas
para dejar pasar a mi infancia
y a la infancia de mi madre
cantando
y cogidas de la mano
como hermanas.
Y no me preguntéis porque.
No pienso contestaros.
Pero ha dejado de dolerme el idioma
y tengo la garganta florecida
de tanto parir ideas en mi lengua.
En la de casa.
La de todos.

estibaliz san sebastián, del libro Pro-Fugas

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