martes, 18 de octubre de 2011

un vicio tonto

Me acuesto con el filólogo desde hace casi veinte años. 
Pero tengo que quitarme de un vicio tan tonto.
Sabe, el ilustre profesor, que complicidad y complicación comparten raíz y cepa 
y se vacuna el payo contra el virus, reduciendo al mínimo las posibilidades de contagio:
no habla y sólo me toca en la cama.
Y yo hablo por los codos.

estibaliz san sebasian, del libro Hombres, Autopsía, Catálogo y Disección

lunes, 17 de octubre de 2011

la metáfora


Con tres meses de exilio voluntario
y sin echarle la culpa a nadie
me atrevo a decir
que uno siempre se marcha
demasiado tarde.
Emigrar tiene esas gracias.
Pero todo se aprende.
Tantos años en casa
para despertar sin patria.
Soñando con masticar tierra.
La de la infancia, claro.
La que me ensuciaba las uñas
desde los tiestos de casa.
La tuya, coño, y la mía.
Mi tierra.
Pero la tierra va por dentro
como una procesión
y cuando te da la espalda
emigrar es un divorcio cruel
además de obligatorio
y uno no sabe con certeza
donde está la herida
y quien fue él que cerro la última puerta
desde a fuera y sin mirar.
La verdad es que no creí
que fueran de amor
las penas del que emigra.
Uno nunca se plantea
que perderlo todo
es una posibilidad que nos ronda
como las palomas buitres
que bombardean la azotea de mi casa.
Pero decir mi casa
es como empuñar una llave.
Y ahora me doy cuenta  de lo que cuesta
caminar desnuda por el mundo
hasta encontrar esa casa y esa calle
que conviertan el barrio
en mi casa y en mi calle.
Por eso a ratos necesito
sentarme a la orilla del mar
como sí este mar de ahora
fuese el mar de entonces
en otras tardes tristes
y en otras casas
y darme cuenta
de lo llena de gente
que está siempre la playa.
¿Se nota que lo del mar es una metáfora?
Lo cito porque
el agua es siempre agua
y frente a ella nos ahogamos todos
y así nos entendemos.
Pero no es necesario sentarse en la playa.
Basta con dar un paseo.
Con tomar un café en cualquier sitio
y a solas degustar el sabor
de tantos cafés tomados a solas
en ese mismo instante
en la ciudad de Barcelona.
¿Cuánta gente
estará ahora mismo mirando al mar?
¿Cuántos de vosotros
estáis sentados en la arena de la orilla
con los pies empapados
en un café que siempre
se toma a solas?
Nunca creísteis
que fueran de amor
las penas del emigrante,
¿verdad?
Por eso a ratos necesito
que bajéis conmigo
a sentaros a la orilla del mar
como sí este mar de ahora
fuera el de entonces
en otras tardes tristes y en otras calles
y que comprendáis
que vengo de muy lejos
y que busco el camino
que me lleve a casa.
¿Se nota ahora lo de la metáfora? 

Estibaliz San Sebastián, del libro Pro-Fugas
Nunca imaginaste entrar en una casa
En tu propia casa
Como un policía
O un ladrón
Empujando la puerta con el hombro
Hasta torcerte de dolor

Con lo facíl que parece
en las películas

Itzíar Mínguez Arnaiz, del libro"Luz en ruinas"

domingo, 16 de octubre de 2011

nuestros niños


Afortunadamente nuestros niños no saben
que mientras duermen pacíficamente en sus camas
los ejércitos invaden ciudades
los soldados violan mujeres
y las mujeres ven morir a los hijos
que no duermen pacíficamente en sus camas.
Pero se van a enterar.
estibaliz san sebastián, del libro "Mi cielo es un andamio"

viernes, 14 de octubre de 2011

nací con doce dedos
como mi madre y mi hija.
cada una de nosotras
nació llevando extraños guantes negros
bebés con dedos de más asomando por los bordes de las cunas y
bañándose en leche.
temían que aprendiéramos hechicería
y nos cortaron los portentos
pero nunca comprendieron
la poderosa memoria de los fantasmas.  ahora
cogemos lo que queremos
con dedos invisibles
y nos comunicamos
mi difunta madre   mi hija que está viva   y yo
a través de nuestras terribles y oscuras manos.

Lucille Clifton, del libro "Siete poetas norteamericanas actuales"

jueves, 13 de octubre de 2011

advertencia

Si tu vecino desaparece
Oh, si tu vecino desaparece
El hombre tranquilo que rastrillaba su pradera
La muchacha que tomaba continuamente el sol

Jamás se lo menciones a tu esposa
Jamás digas durante la cena
Qué le pasaría a aquel hombre
Que solía rastrillar su césped

Jamás le digas a tu hija
Mientras vuelves a casa de la iglesia
Curioso lo esa muchacha
No la he visto en un mes
 
Y si tu hijo te dice
Que no vive nadie en la casa de al lado
Que todos se han ido
Mándale a la cama sin cenar

Porque puede extenderse, puede extenderse
Y un magnífico atardecer al volver a casa
Tu esposa y tu hija y tu hijo
Habrán captado la idea y se habrán ido.

Leonard Cohen, del libro Comparemos Mitologías

jueves, 6 de octubre de 2011

a borbotones

A borbotones
estoy creando
palabras.

Me retuerzo en dolores
es mi carne
y mi sangre.

No quiero quedarme
sin nada.

No dejaré que salga
la placenta.

Gioconda Belli, del libro "El Ojo de la Mujer"

domingo, 2 de octubre de 2011

perpetua

Cuando Lalaía cumplió los doce Perpetua cambió de manos. Durante miles de años había sido gobernada por los Conservacionistas y sus habitantes vivían orgullosos, contemplando una ciudad que no había cambiado en siglos. Todo, absolutamente todo, se mantenía en pie y como el primer día. Y cuando digo el primer día, me refiero al primer día de su historia. Cuando el poblado creció, levantando un templo y un mercado y el teatro.
Lalaía estaba confusa. Ella sabía, por sus padres y profesores, lo importante que era mantener intacto el pasado. Y, además, le encantaba Perpetua: con su poblado prerrománico y justo al lado,  mezclándose con él, el pueblo romano con sus callejuelas empedradas y su mercado pegadito a la muralla. Y no entendía porque los Renovadores anunciaban, con aquel aire de fiesta, que pensaban derribar dos calles del románico y tres del gótico, para levantar un parque.
Una mañana transparente, Lalaía sintió que el suelo temblaba como un cachorro asustado y salió corriendo a la calle, presintiendo que lo peor ya estaba sucediendo.
Frente a su casa había desaparecido todo y en su lugar, había una gran grieta negra con labios de asfalto que abría el suelo de par en par y de arriba bajo.
Lalaía que, era más curiosa que valiente, se asomó al túnel y asombrada vio que a cuatro patas y maldiciendo, se le acercaba un muchacho moreno y de grandes y blancos dientes. Gracias a la tele supo que el chico era árabe, y automáticamente decidió que le gustaban sus modales suaves y sus ojos oscuros y tranquilos.
El chico se sentó junto a Lalaía y en silencio se dispuso a esperar frente al agujero. Pasaron las horas y en una noche, fueron surgiendo de las entrañas de la tierra la madre y su futura esposa, y un primo abogado y una florista que también era prima de Said. Cuando estuvieron todos, incluidos tres camellos y una mula, se despidieron de Lalaía y se marcharon a buscar su sitio. Y ella sintió lastima pensando en los kilómetros de historia que tendrían que recorrer hasta encontrar un espacio libre donde levantar su jaima.
Estaba a punto de amanecer cuando Lalaía vio surgir del agujero a un anciano acompañado por tres cabras. Se han ido hace un rato, comentó sin poder aguantarse y señalando al norte. El hombre se sentó al pie del agujero y fue ordeñando sus cabras hasta llenar una escudilla que ofreció a Lalaía.
Venimos de muy lejos, Lalaía, pero no tenemos prisa, le dijo el hombre a la chiquilla.
Ya estuvimos aquí antes. Cuando todo esto no existía. Inmediatamente comprendió que el anciano le mentía. Ella conocía perfectamente la arquitectura de cada pueblo y cada época, y en Perpetua no había ni una piedra musulmana.
El anciano se levantó y tomando de la mano a Lalaía la llevo a recorrer las ciudades antiguas que formaban Perpetua. Al llegar al centro, es decir, al principio de los tiempos y de la ciudad, el anciano se sentó sobre un murete que inmediatamente se deshizo, dando él con los huesos en el suelo: Todo esto no existe, Lalaía. No se puede tocar. Es historia muerta.
El poblado se deshacía mientras ellos hablaban y la chiquilla sintió que el mundo se hundía bajo sus pies. Que sólo la muerte podía esperarles después de aquel desastre.
Estaba a punto de salir corriendo, cuando vio que sobre el polvo de las ruinas comenzaban a surgir flores inmensas de tela y bajo ellas, un enjambre de hombres y mujeres, morenos y altos como Said, se disponían a vivir sin problemas. Los colores no se deshacían y la historia, si es que había existido alguna vez, parecía dar la bienvenida a todos aquellos extraños que campaban a sus anchas por aquellas calles nuevas, distintas y llenas de luz.
estibaliz san sebastián