viernes, 1 de abril de 2011

El pastel

Era algo sucia, por eso me gustaba.
Sus sentimientos eran merengues arrojados
al rostro, una delicia. Era pringosa pero dulce,
no apta para diabéticos ni para aquellos hombres
que siempre llevan puesto el amor del domingo.
Una pastelería cuando daba
besos, cuando lloraba; cuando estaba desnuda
podía ser un mazapán, una lengua de gato o cabello de ángel.
Nunca me empalagó, pero el niño que soy
hizo que me marchara de su lado: desde el escaparte los pasteles
llevan siglos burlándose de mí.
Era una forma de vengarme.
Jesús Aguado. Los amores imposibles

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