domingo, 28 de agosto de 2011

una mujer blanca


Asomada al espejo que me ofrece mi calle
me golpeo siete veces siete
en el pecho por cretina.
Yo que creí tener conciencia de clase
y hasta me sentí capaz de perderla
viviendo en Babel,
sólo puedo gritar que soy de pueblo,
¡que me pesa el pueblo
como un par de alpargatas
empapadas en agua de lluvia!.
Escupirme en la cara. Lo merezco.
Tanta guerra y tanta historia.
Tanta metamorfosis para llegar
tan solo a saberme cucaracha, hormiguita,
corderito manso camino del matadero.
Parece mentira, lo sé.
Una mujer blanca, alfabetizada
y en los treinta,
con un polvo,
¡tan culta!
 y esclava.
¿Qué te creías?,  hermano negro.
Amiga y dulce esposa del Corán
¿ qué te creías?.
Cargada de velos,
postrada ante la maquina, el dinero
e incluso el arte, el vino.
La libertad, mi hermana,
es como lo del Ratoncito Pérez
que siempre llega a oscuras
y encima es mentira.
Afortunadamente,
y como el Coronel Buendía,
perdimos cada una de las revoluciones que emprendimos
y por el camino
murió mi inocencia de paleta de pueblo
dispuesta a triunfar en las cuadras del asfalto
y en su lugar quedó
esta hembra que tan sólo aspira a mirar.
Deseo llevarme la galería salvaje del hombre
prendida en la retina y en la sangre.
No perder jamas de vista la sangre.
Mi sangre roja y espesa,
mi sangre negra, mi sangre aguada.
Llenar las calles de vírgenes
y en ejercicio ritual y sagrado
derramar la sangre de sus purisímos sexos
y redimirnos todos y de una puta vez
de la cochina historia de guerras
y holocaustos.
Qué sea de menstruo
y de himen roto la sangre
que tinte de rojo las calles.
¡Tan hermosas!, desfilando desnudas
con los muslos empapados de vida,
marcando el ritmo
que tan sólo el tambor de un pecho bien afinado
pueda marcar.
Siete veces siete
me golpeo en el pecho por cretina.
Hermano negro, enséñame a bailar,
amiga y dulce esposa del Corán
muéstrame el rincón para ser libre en silencio,
enséñame a callar.
Asomada al balcón que le ofrezco a mi calle
me contemplo con sorpresa y gula.
Descubro en mí la fabrica, el estiércol y las palomas.
La rosa roja, los muros del tiempo
y la nostalgia inmensa de una niña de pueblo
que soñó con viajar lejos.
Y mi padre y sus silencios.
Mi madre y la ternura.
Y mi hermano. Y mi perro.
Y esa mujer de ojos verdes
que siempre me sonríe.
Siete veces siete
de la mano de todas las razas
me golpeo en el pecho:
¡Sigo en casa!

estibaliz san sebastian, del libro PRO-Fugas

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